**Esperanza de una hermana**

En el año 1987, Ivette asiste a la escuela en un momento crítico para Lima. Sueña con cumplir sus metas, desea convertirse en una buena policía y vive con sus padres, Pablo y Amalia. Su padre decide emigrar a los Estados Unidos en busca de una vida mejor, mientras que su madre, a pesar de los constantes peligros del terrorismo en Perú, solo quiere lo mejor para su hija.

Ivette se comunica en secreto con su tío Jorge, quien siempre le envía postales contándole lo bien que la pasa y cuánto desea verla algún día. Su madre, preocupada por los continuos ataques terroristas, intenta protegerla para que no sea víctima de la violencia en la ciudad. Pablo les informa a su esposa e hija que ha conseguido un trabajo, pero después reflexiona y piensa que es mejor quedarse en Lima.

Durante los últimos años de escuela, Ivette ve un anuncio de trabajo. Sin embargo, su madre le recuerda que todavía es una niña de 11 años y que debe seguir estudiando. La rebeldía de Ivette provoca un fuerte enfrentamiento con sus padres, quienes deciden tomar medidas drásticas: quieren encerrarla en su habitación para evitar que cometa una locura, ya que aún es una niña que no debe descuidar sus estudios. Tras varios días, Ivette reflexiona y decide continuar con la escuela. Luego, vuelve a insistir en su sueño de convertirse en policía, ya que le encantan las historias policiales.

En otro momento de su vida, expresa su deseo de participar en un concurso de talentos. Gracias a la ayuda de una amiga de su madre, logra obtener un pase para la audición. Ivette y sus padres, aún en Lima, asisten a la audición, donde ella demuestra ser una excelente bailarina. Después de un gran ensayo, logra cautivar al público y a sus padres con una puesta en escena del ballet *El lago de los cisnes* y luego modela una falda típica incaica, hecha a mano por su madre. Tras una difícil deliberación, el jurado la coloca en segundo lugar, y ella se siente inmensamente emocionada.

Amalia está feliz, pues tiene una gran noticia para el padre de Ivette: ha conseguido pasajes a Los Ángeles, regalo de aniversario de su hermano Jorge para ella y su cuñado. Además, logra obtener la visa para emigrar a Estados Unidos. La escuela está por terminar, se acerca el cumpleaños de Ivette, y ella está muy feliz con todo lo logrado, lista para comenzar la secundaria.

Han pasado dos años, e Ivette se encuentra en un juicio como testigo. Desea ver tras las rejas al hombre que la engañó cuando solo tenía 11 años. Junto con otras niñas, logró ser rescatada, pero sus padres se sienten impotentes al ver que aquel sujeto es juzgado con ligereza. Al no hallarse suficientes pruebas, solo le imputan unos pocos años de cárcel. Sin embargo, Ivette y el detective Castro logran convencer al juez y al jurado al presentar nuevas evidencias: fotografías contundentes que revelan que ese hombre es un tratante de personas buscado durante años. Su peligrosidad ya no puede ser ignorada, y se determina que debe pasar muchos más años en prisión.

Los padres de Ivette se culpan por no haber investigado más al hombre que un día le ofreció un «trabajo». La dulce sonrisa de su hija parece haberse apagado, pero gracias al apoyo de una psicóloga, Ivette logra sanar. Finalmente, se traslada con sus padres a Los Ángeles. El detective Castro promete estar disponible para ayudarles cuando lo necesiten y les augura un gran futuro, especialmente a Ivette, de quien está convencido que será una gran policía. Poco después, la familia recibe una noticia que ilumina sus días: Amalia está embarazada. Ivette tendrá un hermano.

Varios años más tarde, Ivette ya es adulta y vive con su familia en una zona residencial de Los Ángeles. Se ha convertido en una detective ejemplar y mantiene una relación seria con Alex, un norteamericano a quien conoció años atrás. Sin embargo, en casa las cosas no son fáciles: su hermana menor, Cristina, ha crecido rebelde, con múltiples conflictos que angustian a sus padres. Ha sido arrestada varias veces por conducir ebria, consumo de drogas y actos de vandalismo en compañía de «amigos» que la arrastran por el camino equivocado.

Cristina está cansada de las comparaciones con Ivette y les grita que está harta de que interfieran en su vida. Asegura que siempre han querido que sea como su hermana. Sus padres le aclaran que nunca pretendieron compararla, solo desean lo mejor para ella. Le piden que estudie una carrera y se aleje de esas malas compañías. Ivette intenta hablar con ella, pero Cristina la rechaza. La ve como una sombra que le impide brillar. Aun así, Ivette le confiesa que, después de todo lo que vivió, Cristina fue el mayor regalo que sus padres pudieron darle. Le recuerda cuánto la cuidó desde que nació y que no soportaría verla caer en los mismos peligros que ella enfrentó años atrás.

Cristina, ignorando los consejos, se escapa a una fiesta con su novio. Mientras tanto, Ivette está con Alex cuando recibe una llamada urgente. Es el capitán Smith: necesitan su experiencia para una operación de rescate relacionada con una red de prostitución. Ivette le explica a Alex que debe irse de inmediato. Él la comprende y la apoya, sabiendo que su vocación es parte esencial de quién es. Al llegar al Departamento de Policía, Smith le informa que deberá infiltrarse para localizar a las chicas secuestradas… y salvarlas.

Ivette logra infiltrarse con las demás chicas cuando, de pronto, escucha la voz del capitán Smith en el micrófono oculto. Le informa que debe retirarse discretamente: hay una emergencia familiar. Al salir, pregunta qué ocurre, y Smith le explica que sus padres la están llamando desesperadamente, pues Cristina no ha regresado a casa.

Al llegar, Ivette encuentra a su padre completamente furioso. Ella lo tranquiliza, diciendo que saldrá a buscarla, pero en ese instante se abre la puerta. Cristina entra acompañada de su novio, Chad. Sorprendida, Ivette les pregunta qué sucede. Enojada, le exige saber dónde ha estado. Cristina responde que estuvo con Chad y sus amigos en una discoteca, que se divirtieron mucho y que está harta de que siempre la vigilen.

Pablo, indignado, le reprocha que son las tres de la madrugada y que debe empezar a asumir responsabilidad por sus actos. Chad interviene, pidiendo que se calmen y que dejen a Cristina en paz, pues ya es una mujer. Pero eso solo enfurece más a Pablo, quien le grita que no se meta, mientras Amalia intenta calmar a su esposo. Pablo, sin poder contenerse, amenaza a Chad con hacerle daño si le sucede algo a su hija. Ivette intenta mediar, le pide a Chad que se retire. Cristina, burlona, sugiere que su hermana le pondrá las esposas si se queda. Chad le da un beso y se marcha.

Ivette quiere hablar en privado con Cristina, pero esta le pide que la deje tranquila, que está cansada y se va a dormir. Los padres intentan detenerla, queriendo hablar seriamente, pero Ivette les pide que se calmen y conversen con ella más adelante.

En ese momento, Smith vuelve a comunicarse con Ivette: han localizado a la red de trata de personas, que está por llegar en un vuelo desde México. Ivette, junto a un equipo de oficiales, se dirige al aeropuerto. Allí logran capturar a dos miembros del grupo: uno queda herido y otro es arrestado. Mientras esperan la llegada del capitán, el equipo actúa con rapidez. El operativo termina con éxito, y Smith los felicita por haber cerrado una investigación de años. La búsqueda, finalmente, ha terminado.

Con el paso del tiempo, Ivette y Alex salen a cenar. Él le dice que está orgulloso del logro que acaba de alcanzar como detective. Ella le recuerda con ternura los días en los que se conocieron, en la academia policial, y cómo él, siendo psicólogo, siempre creyó en ella. Alex le confiesa que jamás olvidará los momentos maravillosos que compartieron, incluso cuando ella tenía que salir de improviso para una misión.

Ivette le dice que entiende si en algún momento él se sintió desplazado, pero que es difícil estar tranquila mientras muchas mujeres y niñas siguen siendo víctimas de redes criminales. Alex lo comprende, aunque le pide que no cargue con todo el dolor del pasado, que también debe cuidar de sí misma.

Entonces, él le cuenta que recibió una invitación a una conferencia de psicólogos en Nueva Orleans. Si lo aceptan, podrían contratarlo, y tendría que mudarse. Ella sonríe con tristeza y le dice que lo apoyará, pero que su lugar está en la policía de Los Ángeles. Si eso significa separarse, lo aceptará. Con los ojos llenos de lágrimas, Ivette le agradece por haberla ayudado a sanar, por mostrarle el verdadero amor, y lamenta que no hayan llegado al matrimonio.

Alex le toma la mano y le dice que siempre ocupará un lugar especial en su corazón, que ella es una mujer increíble y una gran ser humano.

Mientras Ivette se encuentra en el Departamento de Policía, recibe una llamada de su madre. Le dice, angustiada, que Cristina no ha dormido en casa. Desesperada, Ivette corre a su hogar, donde encuentra a su madre llorando y a su padre enfurecido. Le entregan una nota que hallaron sobre la cama de Cristina. Ivette la lee y queda atónita: en la carta, su hermana dice que ha tomado una decisión. Quiere buscar una vida mejor, que los extrañará, pero desea sentirse libre y seguir una oportunidad que, según le han ofrecido, le permitirá ganar dinero fácilmente como modelo. Les suplica que no la busquen.

Ivette, aunque devastada, tranquiliza a sus padres y les promete investigar a través de la Policía.

Los meses pasan y la angustia se intensifica. No hay ninguna señal de Cristina. Justo cuando la esperanza comienza a desvanecerse, le informan a Ivette que alguien desea verla. Para su sorpresa, se reencuentra con el detective José Castro—el mismo hombre que colaboró en su rescate cuando fue secuestrada siendo niña. Se abrazan con alegría contenida y acuerdan que será un honor trabajar juntos de nuevo.

Castro le dice que se enteró de que Cristina salía con un tal Chad. Le advierte que, según sus investigaciones, este hombre trabaja con un criminal de nombre Juan García, conocido por seducir y engañar a mujeres jóvenes en todo el país con falsas promesas de fama y dinero fácil. En ese momento, el capitán Smith les muestra una fotografía donde aparecen Chad y Juan García. Ivette se queda paralizada: es el mismo hombre que engañó a sus padres y a ella años atrás, el mismo que prometía convertirla en famosa.

Castro le explica que, inexplicablemente, Juan García fue liberado hace años. Justo entonces, el capitán Smith se retira de la oficina de forma extraña, dejando una atmósfera cargada de sospechas. La furia contenida de Ivette estalla internamente: tantos años, tanto dolor, y ese hombre sigue arruinando vidas.

Se siente impotente al recordar su propia historia, pero el detective Castro la contiene. Le pide que no lo tome como algo personal, que mantenga el enfoque. Ivette respira hondo. No está interesada en venganza, solo en una cosa: recuperar a su hermana.

Meses después, Ivette descubre que los “amigos” de Cristina ya no frecuentan el lugar donde solían verse. Intuyendo que hay algo más oscuro detrás, decide infiltrarse. Logra entrar a un burdel donde jóvenes, incluso niñas, son obligadas a prostituirse. Los proxenetas las graban con clientes para intercambiar esas cintas por drogas. Allí descubre que una de las antiguas “amigas” de su hermana trabaja en el lugar. Decide localizarla y obtener información, convencida de que Juan —el mismo hombre que la secuestró años atrás— es también quien ha capturado a Cristina.

Mientras investiga, Ivette se acerca al hijo de Juan, que seduce y engaña a jóvenes para luego secuestrarlas. Haciéndose pasar por una de las chicas nuevas, Ivette le pregunta cuántas jóvenes están ahí y desde cuándo. Él le responde sin saber quién es: algunas están con ellos desde niñas, otras son recientes. Entonces, Ivette ve un lunar en la mano de Juan y revive el momento en que lo conoció en Lima: la había llevado a un burdel, fingiendo que cumpliría su sueño.

Aprovechando un descuido, Ivette entra a la oficina de Juan para buscar pruebas. Mientras revisa su cajón, uno de sus hombres la sorprende. Ella improvisa, diciendo que su jefe le pidió encontrar un documento. En ese instante, Juan aparece, furioso. La llama “desgraciada” y dice que no encontrará nada. Ivette, sin miedo, lo enfrenta, lo llama machista y le pregunta si la reconoce. Juan le sonríe perversamente, dice que sí, que nunca pudo olvidar su rostro “tan tierno y puro”. Sus palabras la enfurecen.

Juan la arrastra hasta un cuarto secreto, amenazándola con una pistola. En ese momento, la policía irrumpe armada. “¿Dónde están las jovencitas y la oficial Suárez?”, gritan. Juan responde que si quieren encontrarlas, tendrán que pasar sobre él. Uno de los agentes le dispara en el hombro y lo derriba. Al ingresar al cuarto, un sicario apunta con un arma a Ivette, pero ella logra levantarse aún atada a la silla y golpearlo con fuerza, dejándolo inconsciente. La operación es un éxito, y los criminales son capturados.

Es ahí donde Ivette conoce al oficial Pierce Ryan, un hombre robusto, inglés, que la ayudó a salvarse. Ella, aún atónita, le pregunta cómo supieron dónde estaba. Él responde que fue el capitán Smith quien dio la orden, sospechando lo que podría pasar. Ryan se vuelve un gran apoyo para Ivette, un aliado sólido en lo bueno y lo malo.

De regreso al Departamento de Policía, Ivette se reencuentra con sus padres y les confiesa que no ha conseguido información concreta sobre Cristina, pero está segura de que Juan es quien la tiene. Pablo, enfurecido, dice que lo golpeará hasta que confiese, pero Amalia lo contiene. Ivette también se siente tentada a hacer justicia por su cuenta, pero sabe que Juan no hablará fácilmente.

Entonces suena el teléfono: es su tío Jorge, llamando desde Pasadena. Amalia e Ivette se emocionan al escucharlo. Él lamenta no poder estar con ellos y les transmite fuerza. Les recuerda que Ivette es una gran policía y que está seguro de que encontrará a Cristina. Ivette le responde que lo extraña y que espera verlo pronto.

El capitán Smith interrumpe para pedirle a Ivette que se vaya a descansar; él y Ryan continuarán con los interrogatorios. Ivette presenta a Ryan a sus padres, y Jorge —a través del altavoz— le agradece por proteger a su sobrina, “su tesoro más preciado”. Ryan responde que es su deber. Smith comenta que Ryan será un gran elemento para la policía en Estados Unidos y destaca el lazo fuerte que ha formado con Ivette. Ryan, agradecido, promete ayudarla en todo lo que pueda.

Después de un breve descanso, Pierce le confiesa a Ivette que viene de Londres y que fue transferido hacía un año como parte de una operación policial vinculada a una red de trata de mujeres. Además, su traslado sirvió para alejarse de algunos problemas personales que enfrentaba. Ivette decide abrir su corazón y le habla de su familia, su exnovio y los traumas que vivió de niña.

Pierce le dice que será un placer trabajar a su lado, pues ella le recuerda a un compañero con quien trabajó en misiones anteriores. Pronto se sumergen en los archivos del caso, y tras analizarlos cuidadosamente, deciden infiltrarse en una nueva operación encubierta. Después de cumplir con la misión, Ivette lo invita a cenar en su casa.Durante la velada, conversan sobre su trabajo en la policía y sus países. Los padres de Ivette le cuentan a Pierce sobre Lima, su gente, las tradiciones, la comida y las maravillas de Machu Picchu. Pierce les confiesa que quiso visitar Perú con su exesposa e hijos, pero que su agenda y sus problemas personales se lo impidieron. Aunque está divorciado desde hace tres años, mantiene contacto constante con sus hijos. También les habla de Inglaterra, del dolor de perder a su madre a los cinco años a causa de una leucemia, y a su padre —quien murió durante una operación policial. Ivette le dice con ternura que lo siente mucho. Él le cuenta que viene de una familia militar: su abuelo fue sargento, su padre y su tío fueron oficiales del ejército, siendo este último quien lo crio con mucho amor tras quedar huérfano. Amalia y Pablo le dicen que desde pequeña a Ivette le apasionó la historia europea, especialmente la inglesa, y que adoraba leer a William Shakespeare. Más tarde, en un momento íntimo entre ambos, Pierce le confiesa que su vida le recuerda a un episodio muy doloroso que experimentó en el pasado. Es un recuerdo que casi lo destruyó y lo llevó a pensar en dejar la policía para siempre. Ivette le responde con empatía que entiende ese dolor, porque lo que ella vivió también la marcó profundamente.

El tiempo avanza. Mientras revisa viejos archivos, el capitán Smith hace una llamada misteriosa y parece cerrar un trato con un tal Frank. Poco después, los padres de Ivette la llaman alarmados: han visto una fotografía de Smith en un periódico. Además, el detective Castro se comunicó con ellos y tiene fuertes sospechas de que Smith sabe el paradero de Cristina… o incluso que está involucrado.

Ivette y Pierce intentan acceder discretamente a los documentos que Smith dejó en su escritorio. Sin embargo, él los interrumpe y les dice que quiere hablar con ella y sus padres en casa. Ya allí, Pierce revela algo impactante: descubrió un nombre en los archivos, el de un agente acusado de corrupción cuyo verdadero nombre es James Malone. Fue este hombre quien casi lo arruina años atrás durante una redada en Londres, en la que también murió su compañero Devon.

Ivette no puede creer lo que escucha. Pierce le dice que no se sorprenda: su antiguo capitán, John Thomas, ya tenía sospechas sobre un agente con contactos internacionales que se hacía pasar por policía o figura importante para infiltrar redes y secuestrar mujeres. Cree que ese agente fue responsable de la muerte de Devon y que la misión de entonces fue una trampa para silenciarlo. Aquella culpa destruyó su carrera y arruinó su matrimonio.

Pablo, indignado, dice que quisiera golpear a Smith con sus propias manos. Amalia e Ivette lo calman. Ella les dice que deben fingir que no saben nada aún, mientras ella y Pierce continúan investigando.

De vuelta en el Departamento de Policía, encuentran archivos de varios años atrás que coinciden con los datos del secuestro de Ivette. Pierce sugiere llevar los documentos a su casa para analizarlos con calma. Al llegar, se disculpa por el desorden: se mudó hace poco, ya que el lugar anterior no era seguro. Le ofrece algo para beber, e Ivette simplemente le pide un vaso de agua.

Mientras revisan los archivos, Ivette y Pierce encuentran unas fotos que revelan verdades ocultas durante la búsqueda de Cristina. Ella, enfurecida, no puede creer que una vez más le hayan mentido. Pierce intenta tranquilizarla, asegurándole que contactará a sus aliados en la Policía de Londres para descubrir qué están ocultando.

—No te preocupes —le dice con suavidad—. Smith… o más bien, Malone, no se saldrá con la suya.

Luego, añade con una mirada sincera:

—Desde que te conocí, me siento más en paz. Me has ayudado a sobrellevar lo que tanto tiempo me lastimó. Eres una mujer extraordinaria.o más en paz. Me has ayudado a sobrellevar lo que tanto tiempo me lastimó. Eres una mujer extraordinaria.

Ivette, sonrojada, sonríe levemente y le responde:

—Ya no sigas o me harás sonrojar de verdad.

Thomas afirma que está dispuesto a ayudarlos a atrapar a Malone. Ivette menciona su sueño y el tatuaje de calavera que vio en él, y pregunta si pueden buscar registros que lo confirmen. Thomas asiente: lo investigarán.

—Tengan cuidado —les advierte—. Malone es un matón peligroso y tiene contactos en todas partes.

Justo entonces, el celular de Ivette suena. Una voz le pide reunirse en un parque de fútbol… y que lleve al oficial Ryan. Pierce, alerta, le dice que deben prepararse. Thomas, preocupado, les ofrece refuerzos por si se trata de una trampa.

Pierce, visiblemente afectado, le confiesa a Ivette:

—Quiero ajustar cuentas por Devon. Y quiero ver caer a Malone.

—Tienes que mantener la calma —le aconseja ella—. No muestres debilidad. Y si todo esto se resuelve… te invitaré a conocer Lima y sus costumbres.

—Y yo te llevaré a Londres —le sonríe

—. Y trataré de estar calmado… si tú estás conmigo.

—Me llamo Frank, aunque algunos me conocen mejor como Arturo Quintana. Soy el tío de Chad. Qué gusto verte, Ivette… y al oficial Ryan. Recuerdo haberte visto en aquella operación en Londres —añade con tono burlón.

Al llegar al lugar acordado, Ivette y Pierce se encuentran con un hombre dentro de un automóvil oscuro. De pronto, se abre la puerta trasera, y el corazón de Ivette se detiene: Cristina está dentro, amordazada, junto a otro hombre. El sujeto que los recibe sonríe con cinismo y se presenta:Ivette frunce el ceño y le responde con dureza:

—Claro que te recuerdo… Ayudabas a García a atraer a chicas, incluyéndome a mí, a hoteles donde las vendían a hombres como mercancía.

En ese momento, varios hombres armados los rodean y les apuntan. Entre ellos, aparece Smith—o mejor dicho, James Malone—con una cicatriz visible en el rostro.

—Vaya, Ryan… Qué gusto volver a verte. Tal vez no me reconociste del todo. Hay pocas cosas que una buena cirugía no pueda mejorar, incluso una marca de explosión como la que me dejó tu querido amigo Devon.

Pierce contiene su rabia con dificultad.

—Devon era mi compañero. Un buen hombre. No olvido lo que le hiciste. El capitán Thomas y muchos sabían en lo que andabas… puede que hayas cambiado de rostro, pero él perdió la vida.

Ivette, firme, lo enfrenta:

—Y yo recuerdo tu tatuaje… y cómo disfrutabas de “negociar” con niñas en burdeles. Si fuera por mí, ahora mismo te haría pagar por cada lágrima que causaste.

Smith sonríe, perverso.

—Supe quién eras desde el primer momento que te vi: inocente, provocativa… Tu hermana se parece mucho a ti, ¿sabes?

Pierce da un paso adelante, encendido de furia:

—¡No te atrevas a hablar así de ella!

Ivette lo detiene con un gesto.

—No vale la pena ensuciarse con su sangre.

Luego, se dirige a Frank.

—¿Cómo convenciste a Chad de engañar a mi hermana?

Frank se encoge de hombros con cinismo.

—Fue fácil. Smith lo contactó a través de Juan. Le ofreció protección y beneficios si ayudaba con el “negocio”, siempre y cuando pudiera estar con tu hermana… Chad siempre la quiso.

Ivette lo mira con desprecio.

—Sabía que ese tipo no valía nada.

Entonces, Smith interviene, cansado de la conversación:

—Basta de charlas. Quiero un intercambio: a Pierce… por tu hermana.

Pierce no duda.

—Acepto. Pero dime primero, ¿dónde están las demás chicas? Sé que la última operación fue solo una distracción. Vi las fotos. Sé que también usas barcos para el transporte.

Smith lo observa, impresionado.

—Muy listo, Ryan… Pero si quieres ver con vida a Cristina, harás exactamente lo que yo diga.

Pierce asiente con gravedad.

—Lo haré… pero recuerda esto: si ella sale con un solo rasguño, tú no vivirás para ver el final de este juego.

Ivette, con el corazón agitado, le toma la mano por un segundo.

—Ten cuidado… No sabemos de lo que este monstruo es capaz.

Con tristeza y una furia contenida, Pierce le dice a Ivette:

—No te preocupes… sé cómo tratar con tipos como él.

Smith asiente con gesto cínico y le ordena a Frank y a Chad:

—Liberen a Cristina. Entréguenla a la oficial.

En ese momento, Ivette corre hacia su hermana, la abraza con fuerza y le pregunta, temblando:

—¿Estás bien?

—Sí… —responde Cristina, apenas en voz baja.

Pierce se acerca, le entrega su arma a Ivette y le dice con firmeza:

—Llévala a salvo. Todo estará bien.

Ivette lo observa un segundo más, sabiendo lo que está a punto de sacrificar, y luego huye con Cristina hacia la estación. En el camino, avisa a sus padres y les pide que se mantengan en contacto. Al llegar, se asegura de que Cristina reciba atención médica y psicológica. Sabe que las próximas horas serán difíciles.

Mientras tanto, Pierce es llevado, con una bolsa cubriéndole el rostro, hacia un hangar abandonado cerca de la frontera con México. Al llegar, lo sacan del vehículo y Smith les ordena a Frank y Chad que lo amarren a una silla. Con una sonrisa torcida, se aproxima y le lanza un golpe seco al rostro.

—Ha pasado mucho tiempo —susurra con veneno—. Ivette es afortunada… Aunque una lástima que no aceptara estar conmigo. Era tan dulce, tan ruda. Una niña preciosa. Ninguna virgen se le comparaba. Habría sido un placer…

Pierce, con rabia incontrolable, escupe las palabras:

—¡Eres un enfermo… No te atrevas a hablar de ella!

Smith lo ignora. Le retira la bolsa y la mordaza lentamente, disfrutando del momento.

—No te hagas el valiente, Ryan. Sé mucho más de lo que imaginas. Sé de tu familia… y de Ivette también. Hace unos minutos di la orden de vigilarlos —dice, mostrando un video grabado frente a su casa.

Pierce, al verlo, traga saliva. Su mirada de furia se vuelve rígida. Está atrapado… por ahora.

Smith, sabiendo que no ha quebrado del todo a Pierce, decide hablarle de lo que más le duele:

—Devon… Tu querido compañero. Tan noble, tan ingenuo. ¿Sabías que Thomas le pidió que se retirara del caso? Pero él tenía pruebas contra mí. Planeaba contártelo todo, pero esa noche murió.

Smith se acerca aún más, susurrando:

—Te dejó una nota. No quería que te culparas. Te amaba… dijo que si alguna vez la leías, supieras que intentó salvarte. Que Malone estaba tras él, y que no quería que tú corrieras la misma suerte.

Pierce aprieta los puños. Siente una mezcla de rabia y tristeza imposible de contener.

—Devon me salvó. Fue un verdadero amigo… algo que tú jamás comprenderás —escupe con los ojos cargados de lágrimas.

—Oh, Pierce… tu sentido de lealtad siempre fue lo que más me intrigó —se burla Smith—. Sabes, no solo tengo vigilada a Ivette. También sé de su exnovio. Qué triste que hayan terminado. Si cooperas, no le haré daño… pero si te resistes, nadie quedará en pie.

Smith le hace un gesto a sus hombres, que golpean a Pierce nuevamente. Su cuerpo se sacude con cada golpe, pero su mente se aferra a una imagen: Ivette. La promesa de justicia. Y la memoria de Devon.

Finalmente, Smith se aparta y les dice a Frank y Chad:

—Prepárense… tenemos un largo viaje fuera de Los Ángeles.

Las horas pasan. Ivette está en la estación de policía e informa a sus padres que Cristina pasó la revisión médica: no hay señales de abuso físico. Sus padres, aliviados, se tranquilizan, aunque Cristina permanece en un estado de shock profundo que requerirá ayuda profesional. Ivette se sienta junto a ella, le toma la mano y le pregunta suavemente:

—¿Qué sucedió durante tu cautiverio?

Cristina, con voz entrecortada, le cuenta que Chad la llamó una noche, diciéndole que se irían juntos fuera de Los Ángeles. Por eso escribió aquella carta y empacó sus cosas en secreto. Chad la recogió y la llevó a un edificio en construcción. Cristina pensó que le presentaría a alguien antes de partir, pero en ese momento, un hombre la sujetó por detrás y le colocó un pañuelo en la cara. Todo se volvió oscuridad. Al despertar, estaba amarrada sobre un colchón, en una habitación cerrada. Escuchó voces: hombres que traían a otras chicas, revisándolas como mercancía. Reconoció a Chad y a su tío entre ellos. Hablaban de un viaje al extranjero.

—Ya no sigas… —le dice Ivette con ternura—. Eso bastará. Me ayudará a encontrar a Pierce… y a las demás. los padres de Ivette insisten en que tenga cuidado. No quieren perder otra hija. Ivette les asegura que estará bien, que lleven a Cristina a casa y confíen en ella. Justo entonces, el detective Castro se le acerca con urgencia:

—Ivette, necesito hablar contigo… es importante.

Mientras tanto, Smith y sus hombres se preparan para abordar un avión privado con destino desconocido. Pierce, golpeado pero en pie, es arrastrado a bordo. Smith lo observa y dice con sarcasmo:

—Prepárate para una aventura, Ryan. Te encantará la sorpresa…

—Sé exactamente qué estás tramando —gruñe Pierce.

—Entonces relájate, que el espectáculo apenas comienza.

Pero en ese momento, el sonido de sirenas irrumpe en el silencio de la pista. Ivette y Castro llegan con oficiales armados. Smith reacciona de inmediato:

—¡Chad, Frank! ¡Maten a Pierce!

Se desata un tiroteo. Ivette grita a sus compañeros:—¡Tengan cuidado! ¡Pierce está en el avión!Dentro del avión, Smith se acerca a Pierce, burlándose:

—Tu damisela ha venido a rescatarte, Ryan. Qué romántico.

Aprovechando un descuido, logra desatarse y golpear a Chad y Frank. Smith intenta disparar, pero falla. Pierce lo embiste, y ambos forcejean violentamente.

Ivette logra llegar al avión, pero Chad la intercepta. Comienza a golpearla con brutalidad mientras la insulta:

—¿Y tu hermana? ¿También es tan inútil como tú?—Me alegra que viniera… para verte caer —responde Pierce.

Llena de rabia, Ivette le dispara en el pie. Él cae gritando. Ella lo golpea en el estómago con fuerza:

—¡No vuelvas a hablar de Cristina!

Adentro, Pierce sigue luchando con Smith.

—¡Pagarás por lo que les hiciste a todos! —le grita mientras logra desarmarlo. Smith, jadeante, se burla:

—¿Vas a matarme, Ryan? ¿Tienes el valor?

En ese momento, Ivette entra apuntando. Pero Frank aparece por sorpresa y le apunta a ella. —Baja el arma —ordena.

Smith sonríe, triunfante.

—Qué escena tan conmovedora. Qué gusto verlos juntos… otra vez engañados. Ivette… nunca dejaste de ser esa zorrita del burdel. Pensé que eras más inteligente. ¿Creíste que no vigilaba a tu ex, Alex? Todo lo que te importa ha estado bajo mi mirada.

—Eres un monstruo —responde Ivette con asco—. Fingiste aquel arresto para cubrir tu negocio, usando el barco de Arturo Quintana para traficar más chicas.

—Eres lista… Y hermosa. Nunca olvidaré que te tuve bajo mi control —se burla Smith.

Pero antes de que pueda continuar, el detective Castro irrumpe y le dispara a Frank. Ivette se abalanza sobre Smith y lo golpea. Él responde con una burla más, pero Pierce lo derriba con un puñetazo demoledor:

—¡No te atrevas a faltarle el respeto!

Ivette, ahora con el control, le exige a Smith:

—¡Quítate el saco y la camisa!

Smith finge coquetería:

—¿Quieres verme sin nada?

—¡Cállate! —exclama ella. Al ver el tatuaje de calavera, confirma lo que tanto temía.

—¿Qué te parece verlo otra vez? —provoca Smith.

Pierce lo golpea otra vez. Smith ríe:

—Esto no ha terminado. Hay muchos que me deben favores. Irán por ustedes… y por todo lo que aman.

Ivette se inclina y le susurra:

—Que vengan. Te estarán esperando… en la celda más oscura que encuentren.

Smith ríe, pero Castro lo derriba con el último golpe.

—Bien hecho —dice el detective mientras lo esposan.

Al salir del avión, Ivette exhala por primera vez en horas. Todavía queda camino, pero por fin… empieza la justicia.

Mientras los oficiales se llevan a Smith esposado, Castro se acerca a Ivette y Pierce.

—¿Están bien? —pregunta con preocupación.

—Un poco mareada —responde Ivette—, pero estaré bien.

Al ver a Pierce tan golpeado, ella le dice:

—Tú eres el que necesita verse… estás peor que yo.

Pierce sonríe, aún adolorido.

—No te preocupes… fue una de las mejores aventuras.

Castro los felicita por su valentía y los acompaña a la ambulancia.

Meses después, Ivette ofrece una rueda de prensa ante los medios. Junto a Castro, responde preguntas sobre James Malone y sus cómplices.

—Gracias a una app que llevaba en su celular, pudimos encontrar a varias chicas secuestradas —explica Castro—. Algunas incluso habían tenido hijos en cautiverio.

Ivette añade con firmeza:

—Malone utilizaba la excusa de viajes para traficarlas fuera del país. Aunque hemos avanzado mucho, el caso no está cerrado. Descubrimos que García y Quintana tenían un lugar secreto donde retenían a menores… y a quienes intentaban escapar, las asesinaban.

Castro señala que aún podrían haber más víctimas por identificar.

—Con la ayuda de forenses, pedimos a las familias dar muestras de ADN para identificar restos. Quizás para algunas sea una tristeza… pero al menos podrán despedirse de sus hijas con dignidad —dice Ivette con la voz serena pero conmovida.

Un periodista pregunta:

—¿Y el oficial Ryan? ¿Dónde se encuentra?

—Está en Londres —responde Ivette—. Participa como testigo en el juicio contra Malone por trata de blancas y el asesinato de su compañero, Devon Watson, y otros oficiales. Otro periodista lanza una pregunta delicada:

—¿Es cierto que usted también fue raptada de niña por esta red?

Ivette asiente con madurez.

—Sí. Me engañaron con un sueño, como podrían hacerlo con cualquier niña. Pero esa experiencia me convirtió en quien soy. Esa gente perversa existe… y debemos protegernos. Hoy me siento en paz, sabiendo que mi familia está a salvo y que los culpables están en prisión.

Castro concluye agradeciendo a la prensa por su atención. Justo entonces, el celular de Ivette vibra: es una videollamada de su tío Jorge.

—¡Hola, sobrina! Vi el reportaje, ¡qué orgullo! —le dice emocionado.

—Nunca imaginé volverme tan conocida —responde ella entre risas—. Pero me alegra que todo se haya resuelto.

Jorge, con tono pícaro, comenta:

—Aunque siento que estás un poco triste… y ya sé por qué.

Cristina se asoma y añade:

—Tiene suerte de que su corazón vuelva a latir por alguien…

—¿De qué están hablando? —pregunta Ivette, curiosa.

—No te hagas la tonta —bromea su tío—. Sabemos que el oficial Ryan volverá…

En ese momento, Jorge les presenta a su novia, Stella, a quien conoció hace cuatro meses. —¡Mucho gusto! —dice ella sonriente.

—El gusto es nuestro —responde Amalia—. No creí que mi hermano encontrara el amor otra vez…

—¡Ni yo! Pero me siento el hombre más feliz del mundo —dice Jorge con brillo en los ojos—. Quizás pronto me anime a ir a Lima. Extraño mi tierra.

—Te esperaremos con gusto —le responde Ivette con calidez.

Otra llamada entra en el celular: es el detective Castro.

—Es un placer saludarte, Ivette.

—¡Detective! Qué alegría escucharlo.

Castro, con tono solemne, les comunica una gran noticia:

—El Departamento de Policía de Los Ángeles me ha nombrado nuevo capitán.

Todos se sorprenden.

—¡Increíble! —dice Pablo— Te lo mereces. Fuiste una gran ayuda durante todo esto.

Jorge, conmovido, le dice:

—Gracias por encontrar a Cristina. Siempre estaré agradecido.

—No tiene que agradecerme nada —responde Castro—. Lo hice con el corazón.

Luego, le comenta a Ivette:

—Gracias a los recuerdos que tuviste, descubrimos más sobre García y Malone. Al parecer, se conocían desde su juventud. Pertenecían a una pandilla. Malone se infiltró en la policía para usarla como fachada. Ambos tenían cargos por feminicidio y violencia doméstica… y aunque Malone se cambió de rostro, nunca quiso borrar su tatuaje. Decía que hacerlo… sería traicionar lo que realmente era.

.…corre hacia él sin pensarlo dos veces. Los ojos de Ivette se llenan de lágrimas al verlo en la entrada del hotel, sonriente, con una rosa en la mano.

.…corre hacia él sin pensarlo dos veces. Los ojos de Ivette se llenan de lágrimas al verlo en la entrada del hotel, sonriente, con una rosa en la mano.

—Pierce… —susurra, con la voz entrecortada.

—Hola, teniente Suárez —dice él, con esa sonrisa tranquila que tanto la había ayudado a mantener la calma durante los peores momentos—. No podía dejar que esta Noche Buena pasara sin verte.

Sin mediar palabra, Ivette lo abraza con fuerza, como si no hubiera pasado el tiempo. Él la envuelve con ternura, como si estuviera justo donde pertenecía.

—¿Cómo…? ¿Desde cuándo sabías que vendrías? —pregunta ella entre lágrimas, riendo.

—Desde que supe que el ascenso sería para ti. No podía perderme esto.

Ambos se quedan mirándose, mientras la familia desde el pasillo los observa emocionada. Cristina, entre risas y lágrimas, susurra:

—Yo sabía que su corazón volvía a latir…

Esa noche, la familia celebra en Lima no solo una navidad en paz, sino también un reencuentro que sella una historia de valentía, amor y redención. Jorge levanta una copa junto a Stella, sus sobrinas, Amalia, Pablo… y ahora también Pierce.

—Por la justicia… por los que amamos… y por los nuevos comienzos —dice Jorge.

Ivette, con la falda incaica puesta y la esperanza brillando en los ojos, mira a Pierce. Él le toma la mano discretamente y le dice:

—Esta vez… me quedo.

Y así, entre luces cálidas y corazones sanados, la historia de Ivette encuentra su mejor capítulo: el presente.

Sorprendida le dice que no pensó que vendría en época navideña ,él le dice que no quería esperar más para ver a la mujer que le regreso su vida y el amor ,le dice que tal vez no lo sabía pero que no solo regreso para Navidad con ella y su familia sino para declararle ese sentimiento que ha guardado durante meses ,en eso el saca de su bolsillo un anillo, Ivette le dice que nunca pensó que aparecería otra persona en su vida y que no sabe que decirle, Pierce solo le quería preguntar ¿Si quiere ser su novia? Y que solo ella le diga unas cuantas palabras que serán suficientes, ella con un rostro de sorpresa lo ve y le dice ¿Qué si es verdad?, que no hay palabra que exprese lo que siente en ese momento, Pierce le dice que si su respuesta es negativa lo entenderá, y en eso Ivette le dice que hay solo una cosa que quiere y es estar con él, que el sentimiento es mutuo, que acepta, en eso le da un fuerte beso, él le dice que no hay mejor regalo de Navidad que su respuesta, ella le dice que también lo es para ella, en eso su familia la ve y le dicen que también es un regalo para ellos y en eso la aplauden, los días pasan y en los periódicos de Los Ángeles y el mundo dan la noticia de que una organización de narcotráfico y trata de personas a caído y que sus miembros García y Malone fueron asesinados en la cárcel por un grupo que quiso cobrar venganza.

Los días pasan e Ivette y Pierce están en Londres celebrando el Año Nuevo y en medio de los fuegos artificiales ellos se declaran su amor, se dan un beso apasionado en medio del fuerte frio y de la gente, y es así como cierran un capítulo de la esperanza no solo de una niña sino del amor encontrado en 2 personas que se esforzaban en encontrar el camino de regreso a la felicidad y los recuerdos que ha ambos les fueron arrebatados en el pasado y eso es lo que lograron y ella logro tener la esperanza hermana.

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